Esos momentos en que el silencio es nuestro compañero, la casa vacía,
Fluyen pensamientos erráticos, que nunca se sabe donde van a parar.
No sé si fue ver a través de la ventana la tarde que se iba, los arboles moviendo sus copas, que recordé, mis tardes de hamaca.
Cerca de nuestra casa, había un complejo de edificios, donde en la tarde nos reuníamos a jugar con alguna compañera, este contaba con tres hamacas.
Pasábamos horas allí, cuando las hamacas no daban, de a dos una parada y la otra sentada impulsábamos la hamaca, hasta quedar transpiradas, con tanto ejercicio, estoy segura que mi generación debe recordar esta forma.
Luego quedábamos cuando la tarde caía ya sentadas en ellas conversando y girando en derredor y soltándonos de golpe.
La hora marcaba la tarde que se acababa, y recuerdo claramente extenderme hacia atrás, el pelo suelto a esa altura enredado y desprolijo, intentaba tocar el piso, quisiera recordar que sensación sentía al hacer eso, sin embargo me recuerdo bien haciéndolo, cerraba los ojos y simplemente giraba a un lado a otro. Serían sueños barajándose, sensación de libertad, de no tengo apuro la vida está allí toda por delante.
Como me gustaría estar ahora allí en ese rondar del viento, sintiendo la vida en mi piel, y no aquí mirando a través de un vidrio, olvidar, tirar por un poco las cosas rutinarias de ama de casa, y salir de vez en cuando a marearme en las hamacas de mis recuerdos.
Para la niña que fui. Por los recuerdos que me lego.
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